sábado, 22 de mayo de 2010

EL EJERCICIO DE LA MATERNIDAD.

Por Psic. Emma González.

Semana y días para que termine el mes de mayo, con esto finalizamos un mes más en el cual, como todos los años, se le dedica por completo un día a una de las figuras más importantes en la vida de cualquier individuo; la madre.

Sin lugar a dudas el psicoanálisis es una teoría que le ha dedicado literalmente, ríos de tinta al tema del ejercicio maternal, desde la constitución psíquica del sujeto en base al papel que la madre haya ejercido o no, hasta la búsqueda de la identidad femenina a través de este constructo.

La figura de la madre cobra toques emblemáticos, subjetivos, sugerentes y altamente idealizados en nuestra sociedad, muchas mujeres encuentran en la maternidad un espacio de identificación con su feminidad.

El binomio que pareciera indisoluble sigue imperando en el pensamiento colectivo, ser mujer es igual a ser madre, si no se es madre no se encuentra la realización como mujer.

Las razones por las cuales se tiene un hijo son variadas y diversas, desde buscar el sentido de la propia existencia a través de extensiones narcisistas, presiones sociales, hasta los genuinos deseos de ejercer la maternidad por amor, aspecto que no siempre sucede, pero que difícilmente se aceptaría en el discurso colectivo de una sociedad que piensa en el ejercicio maternal como algo “natural”, que sucede por “instinto” y aparentemente de forma "espontánea", gracias a esta totalizadora, absoluta y hegemónica capacidad de amar que se cree exclusivo del sexo femenino.

Muchas mujeres se sienten terriblemente culpables tras haber dado a luz y no experimentar ese “instinto de amor maternal”, su consternación y angustia aumentan cuando no saben qué hacer con el niño que han puesto en sus manos, mismo niño al que desconoce todavía, pues tenían visualizado otro, algunas veces se parece al que tenían en mente, otras no.

En nuestro país impera, tal cual nos dice Martha Lamas, “el síndrome de la madrecita santa”, se dota a la maternidad de cualquier clase de atributos altamente exaltados, que terminan por idealizar a una figura a la que difícilmente una mujer terrenal podría acceder y si accede no es precisamente desde la sanidad, si no desde la “santidad”, dando cabida al discurso perverso del masoquismo y a la manipulación que conlleva respuestas normales de situaciones anormales, sobre todo en el establecimiento del vínculo con los hijos.

La maternidad como el amor, surge de un deseo, por el cual se tiene que trabajar para conquistarlo, la diferencia entre ser o no, tal cual lo diría Winnicot, una madre “suficientemente buena” depende en gran medida de que tan consciente se tengan las causas que originan el deseo de ejercer y experimentar la maternidad.

Saber y darse la oportunidad de analizar a ciencia cierta si se desea o se deseó ser madre por condición o convicción, puede ser una variante interesante en la vida de las mujeres para ejercer una maternidad más libre, sin tanta culpa y con menos disyuntivas, que les permita tomar decisiones mucho más responsables desde la posición que asumen ante el hijo (a), la pareja, la familia, la sociedad, pero sobre todo ante ellas mismas.

Nos vemos la siguiente sesión.

jueves, 6 de mayo de 2010

LAS TRES HERIDAS NARCISITAS

Por Psic. Emma González.

Al hablar del nacimiento de Freud en una fecha como hoy, 6 de mayo, con- memoramos al pensador y al elemento icónico más representativo de la psicología, hombre polémico en su tiempo y en el nuestro, revolucionó la manera de impartir clínica en la psicología, además de convulsionar el pensamiento de la sociedad ccidental en siglo XIX.

Odiado por unos, amado por otros, ambivalente y paradójico, pocas veces desapercibido en la imago colectiva de los que hasta el día de hoy intentan descifrarlo o descalificarlo.

Descrito como hombre genio, eminente, brillante, revolucionario, pero también colérico, misógino, cocainómano y perverso; asestó un golpe a la humanidad y la hirió, aunque no fue el primero en hacerlo.

Copérnico hizo la primer herida narcisista a la humanidad cuando nos confirmó que no somos el centro del universo, sino los modestos inquilinos de un pequeño planeta que gira alrededor de una estrella; la segunda herida corrió a manos de Darwin confirmando que la presencia humana lejos está de ser un acto de creación especial y que sólo somos un eslabón de una cadena evolutiva que nos emparenta con todos los demás seres vivos y además nos convierte en primos cercanos de los simios; Freud otorga la tercer herida narcisista cuando pone en relieve la práctica del psicoanálisis evidenciando que no somos dueños absolutos de nuestros actos, mismos que son marcados por el inconsciente al cual no tenemos acceso.

Así es como Freud da vida a una teoría clínica donde por medio de la asociación de ideas se elabora lo reprimido, lo deseado y hasta lo inesperado, otorgándonos a muchos una manera distinta de re-pensarnos.